Era alta y agraciada; cuando decidió hacerse pasar por hombre para entrar a la escuela de medicina - - vedada entonces a las mujeres - sería de rostro barbilampiño.
Barbilampiños andábamos, embelesados en los trasuntos indescifrables del tiempo en que se consumía la sociedad de la época, sin que pudiésemos sospechar las jugarretas del destino.